Te robo un minutito?

Loscribió: Amarillo |

_ ¿Cómo estás vieja? ¿todo en orden? Disculpa que te moleste, pero necesito (necesitamos) tu ayuda.
Seguramente escuchaste esa historia de que si juntás un millón de boletos del bondi los podés canjear por una silla de ruedas. La escuchaste, ¿no?. Bueno, no es sólo un mito urbano, es verdad. Pero le falta una parte a esa historia; el o los destinatarios de esas benditas sillas. Acá es donde aparezco yo, mejor dicho nosotros.
¿Que quiénes somos? Ahí llego… prestame atención papi y no te robo más tiempo.
Nosotros somos gente “especial”, por no decir distinta. Trabajamos para vos, aunque no lo sepas ni nunca nos veas.
¿Vos pensás que con lo subdesarrollada que está la tecnología en este bananero país tercermundista, con lo pedorros que son los bondis, van a poner expendedoras “automáticas” de boletos? ¡No seas iluso papito! No dan los costos para semejante avance, no acá. Despertáte.
Esas cajuelas donde ponés tus moneditas todos los días y que te devuelven un boletito muy prolijamente al instante son simples maquetas. No hay NADA automático ni mucho menos robótico ahí adentro. Oíste bien rey, nada.
Ahí adentro estamos nosotros. ¿Sorprendido? No, no te estoy bardeando.
Así es la cosa. Dejáme que te cuente.
Hace poco más de diez años se comenzó con este proyecto. Altos empresarios comenzaron, en secreto, el reclutamiento de personas “especiales” para trabajar dentro de estas “máquinas expendedoras de boletos” que próximamente se instalarían en cada colectivo de las más grandes ciudades de Buenos Aires.
Así fue que un amigo me pasó el dato y contacté con ellos. Ahí descubrí que hay mucha gente como yo; pequeña, corta, muy petiza, etc. No somos deformes, no te confundas, sólo somos más chicos de lo que tendríamos que ser. Ya sé que se te ocurren mil chistes, pero ya los conozco todos: “tiene los zapatos hondos”, “se moja último cuando llueve”, “se sienta en el piso y le quedan las patitas colgando”, “es tan chiquito que no le cabe ni la menor duda” y todos los que se te ocurran, abstenete de decirlos, porque ya los escuché.
Bueno, como decía, me contacté con ellos y comencé una extensa capacitación de casi dos años. Nos enseñaron entre otras cosas a detectar monedas falsas (sobre todo las de cincuenta, que están por todos lados), a dar rápidamente el vuelto sin chance de equivocarse. Pero lo más jodido fue el curso de caligrafía. No sabés lo difícil que es que todos tengamos que tener la letra i-dén-ti-ca, perfectamente prolija, con la hora exacta, el valor correcto, la sección, el número (que de vez en cuando te tiramos un capicúa si te vemos cara de triste, así te alegrás un ratito, aunque sea una boludez vemos que funciona) y todo eso en una fracción de segundo. Fue muy duro atravesar por eso, pero acá estamos, sirviéndote.
Hasta acá parece que esta todo en orden, pero no. Al año de haber empezado a trabajar empezaron los líos. Empezaron a achicar el presupuesto, no alcanzó con los repetidos incrementos en el valor del boleto (que por cierto nos complica mucho tener que aprendernos todas las nuevas tarifas, porque en capital casi todos sacan de ochenta, pero en provincia ¡agarrate enano!) y tuvieron que hacer unos cambios.
Obviamente los perjudicados fuimos nosotros. Las jornadas de trabajo aumentaron a dieciocho horas por día (increíble ¿no?) y sin un recreo. Porque no sea cosa que la gente se entere que las máquinas no son tan máquinas como creían. Y bueno, muchos renunciaron, pero muchos otros no podemos conseguir otro laburo muy fácilmente, como el estrellita de Nelson, que anda haciendo pavadas en lo de Susana. ¡Por favor!
Bueno, la cosa es que seguimos laburando ahí, y por más que seamos peques no cabemos parados. Estamos en una posición muy incómoda, una especie de cuclillas, pero peor. A la hora de estar así ya ni se sienten las piernitas. Y con el tiempo, luego de infinitas horas de dolor, comenzamos a no sentirlas más, nos quedaron inmovilizadas, atrofiadas gravemente.
No es que quiera que nos tengas lástima, ni mucho menos. Sólo intento que comprendas nuestro inconveniente, y si está a tu alcance nos des una manito.
Lo único que tendrías que hacer es hacernos llegar los boletos que te entregamos antes (qué paradoja ¿no?). Los podés depositar en las urnas que van a estar ubicadas al costado de cada “máquina expendedora”, o cajuela como le decimos acá, antes de bajarte del colectivo. Nosotros nos encargamos de cambiarlos por las tan necesarias sillas. Para que cuando tengamos la posibilidad de salir al exterior podamos desplazarnos lo más dignamente posible.
Este convenio lo conseguimos gracias al gremio que fundamos con otros cinco compañeros hace algunos años. Hoy “Forza enano” (tiene este nombre debido a que en gran medida nuestra procedencia es italiana) tiene más de ocho mil trescientos afiliados en todo el territorio argentino y algunos países vecinos y todos juntos estamos luchando por una calidad de vida un poco mejor.
Si querés conocer un poco más a cerca de nuestra infatigable lucha, mandame un mail a info@forzaenano.com.ar y te cuento bien.
¡Ah! Me olvidé de presentarme ¡qué cabeza la mía! Mi nombre es Carlos “Pinino” Ramos Santamaría.
Te agradezco mucho por estos minutos de tu atención y disculpame si te molesté, pero espero sepas entenderme y nos ayudes.
Te dejo amigo, un abrazo grande y que Dios te bendiga. Hasta siempre.

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