Instrucciones para nacer

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Loscribió: Amarillo |

Estuviste mucho tiempo ahí. Es hora de salir y enfrentar la realidad. Pero para lograrlo tenés que leer estas Instrucciones para nacer.

Es muy importante que te muevas más de lo común, como para que tu mamá se vaya dando cuenta que algo está pasando. Pero ¡ojo! No te enrosques con el cordón umbilical, puede ser muy molesto si te pasa.
Siempre tené en cuenta que finalmente tu posición será cabeza-abajo, de lo contrario todo será más complicado. Haceme caso.
Una vez que estás bien ubicado, vas a notar que todo a tu alrededor comienza a moverse de un modo extraño. No te preocupes, es normal. Contracciones les dicen.
Lo más raro que vas a sentir es el gran vacío que va a quedar cuando el líquido en el que flotaste todo este tiempo se vaya. A no asustarse. Las cosas están saliendo como esperábamos.
Vas a sentir que una extraña fuerza te empuja hacia el exterior. ¡Cooperá querido! No te resistas, que todo está por terminar (o mejor dicho, por comenzar).
Cuando salga tu cabecita, vas a ver muchas luces muy fuertes, así que los ojitos los podés dejar cerrados, no hay apuro.
Cuando ya salió todo tu cuerpito, acordate de lo que te digo y ¡llorá! Si te olvidás de hacerlo, el tipo de blanco te va a pegar fuerte en la colita. Tratemos de evitarlo.

Cuando todo este lío termine, te van a entregar a una señora que se va a alegrar mucho de verte (te vas a dar cuenta por su cara). ¡Querela loco! No sabés el esfuerzo que hizo para que salgas de ahí.


Nota: si alguno de los pasos no se presenta como debiere, dejarse llevar. Los profesionales sabrán cómo actuar.

Esperar

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Loscribió: Amarillo |

“Cuando seas más grande lo vas a entender”, “Todavía sos chico” ¡Odiaba que me dijeran eso! ¿Por qué tengo que esperar para todo? ¿Por qué todo “mañana”? ¿y si el mañana no llega? ¿y si mañana ya no me interesa lo que quiero hoy? Seré ansioso, seré caprichoso, pero es obvio que mañana no va a ser lo mismo.
Alguna vez un nene me dijo “¿Y para qué cuernos quiero ser grande cuando sea grande?... ¡Yo quiero ser grande ahora!”. Cómo me recordó a mi infancia esa frase.

Esperar. Siempre esperar

Un gran ejemplo para poder explicar mejor mi bronca hacia este temita de posponer, esperar, que no sea el momento, etc., etc., es, seguramente, mi historia con Cintia o “La Rubia”.
Con sólo nombrarla se me pone la piel de gallina. Es inexplicable lo que sentía por ella. Yo sé que a todos les gustaba, no era para menos. Pero a mí no me pasaba sólo eso… había algo más. Yo soñaba con ella, alguien pronunciaba ese nombre (o algo que sonara como su nombre; sí a ese extremo llegaba) y esas famosas maripositas me hacían cosquillas en la pancita (intento ilustrarlo de otra forma, pero no me sale, nada lo explica mejor que esa frase trillada).
Cada vez que la veía en el recreo me ponía colorado, en serio. Nunca me iba a animar a hablarle. Un abismo nos separaba; yo estaba en cuarto grado, ella en séptimo.
Todos la miraban, a todos les gustaba, ¿qué me iba a dar bola a mí…?
Así que me limité a mirarla. Por ahí demasiado, pero no me quedaba otra. Creo que conocía cosas suyas que ni su amigovio conocía. Dudo que él hubiese notado esos tres lunares que tenía en su rodilla, uno al lado del otro, como Las Tres Marías, o el remolino en el pelo, que sólo se notaba cuando se lo dejaba suelto (porque ella siempre iba con una colita bien tirante, de esas que le dejan los ojos medios achinaditos).
Sé que si la describo la mayoría va a pensar que era de esperarse que me gustase, pero no era sólo lo físico; su pelo rubio, sus ojos celestes (un chico una vez le dijo que eran tan transparentes que se le podía ver el cerebrito por ahí… y se ligó un bife bien merecido), sus dientes perfectos, sin aparatos y miles de cosas más; todo tenía lindo. A mi me atraían más otras cualidades: su forma de caminar, su risa, cómo movía las manos cuando hablaba, su perfume (lo pude sentir dos veces), su voz, sí eso, su voz.

Nunca me iba a animar.

Me acuerdo como si fuera hoy cuando los chicos de séptimo empezaron a pegar cartelitos invitando a todos los chicos de quinto grado para arriba a su baile. Esos bailes que se hacen para juntar plata para el viaje de egresados. Iba a hacerse en el patio grande del colegio, el viernes.
Era el comentario de todos; el baile, el bendito baile.
Y yo ahí, en cuarto grado… ¿por qué? ¡Por un sólo año no podía ir! Ni loco. Voy.
Y llegó el viernes. Yo me mandé igual. Le dije a mi mamá que me espere en la puerta, así si no me dejaban entrar, me volvía.
Carlitos, el profe de gimnasia estaba en la entrada, y era obvio que me iba a rebotar, pero justo dos chicos se empezaron a pelear afuera y él los fue a separar. Ni lo dudé. Desde adentro, a través de un ventanal la saludé a mi mamá y me perdí entre la multitud.
Nadie nunca se enteró que yo me había colado. Mejor.
No voy a contar lo mucho que me aburrí esa tarde, los chicos por un lado, las chicas por el otro… un embole. Lo que sí me parece importante relatar es un momento que dejó una huella muy importante en mi vida.
Yo estaba sentado en una escalerita comiendo un pancho con una Coca (tenía hambre) y veo acercarse a Cintia (¡sí! ella misma), llorando. Se sentó cerca mío, no hace falta ni decir que no notó mi presencia. Lloraba, mucho.
-¿Qué te pasa? ¿por qué estás triste? – no sé cómo, pero me animé a preguntarle-.
-Dejame tranquila nene. No te metas
-¿Te peleaste con él no? – yo sabía que su amigovio la había dejado-
-…
-Si no querés no me digas nada, pero escuchame; vos podés tener a quien quieras. Hacés mal en llorar por ese…
-¿Qué sabes vos? –por lo menos me dijo algo-.
-Yo sé, con verte cualquiera se daría cuenta de eso.
Secándose las lágrimas me dijo que yo era un caballero (ja) y que ya se le iba a pasar.
-Qué lástima que sos chiquito, sino te hubiera elegido a vos. – Me dio un beso en el cachete y se fue-.
Esas maripositas que tenía en mi panza de niño se convirtieron en murciélagos… y me atoré con el pancho. ¿“Qué lástima que sos chiquito”? ¡Noooo!
Y bueno, como para estar contento con ser un nenito pequeño…
Terminó el año, pasó a la secundaria (en contra de mis deseos de que repitiera) y no la ví más.

Bueno, en realidad sí que la vi, pero hace poco, once años después.
Seguía siendo rubia, seguía teniendo esos ojazos, pero ya no era igual, no del todo.
Si no calculé mal, las balanzas le estarían mostrando tres cifras. Y su andar ya no era el mismo.
¡Pero era Cintia che! No me arrepiento de nada…
Charla va, charla viene, sin darme cuenta había superado mi miedito a hablarle. Conversamos de la escuela, de nuestras vidas, de aquél baile (yo lo recordaba más que ella), de todo un poco. Una cosa llevó a la otra, pasó lo que tenía que pasar.
Nadie se imagina lo que es cumplir un deseo que te quedó atravesado por tantos años, sólo los que lo vivimos.
No será la mujer más linda del mundo, pero alguna vez lo fue y aunque está medio pelada y no se le nota tanto el remolino, los tres lunares siguen ahí, en el lugar donde teóricamente iría la rodilla (que casi ni se distingue del resto de su piernita) y su voz, esa voz, sigue siendo casi la misma, un poco disfónica por tanto cigarrillo, pero me recuerda mucho a La Rubia que me volvía loco.
Y esta vez no se me escapa, ya no soy más “chiquito”.

Autodescripcionándome

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Loscribió: Amarillo |

Había una vez yo.
Una persona, cómo explicarme… común. Se me hace difícil describirme. Y eso no sé si es bueno.

A ver si me explico; no soy alto, de esos a los que les dicen “vos tendrías que jugar al básquet”, pero tampoco soy petiso, así que ni siquiera puedo decir que me mojo último cuando llueve.

Mi pelo. Nunca nadie pudo llamarme basándose en el color de mis cabellos. De ninguno de ellos. Y son muchos. Cabellos.
“Eh rubio, alcanzame ese taper”, “morocho, ayudá a Benito con lo de matemática”, o “colo, dejá de dar vueltas carnero”. Podría seguir con los ejemplos un rato largo, pero se entendió. Quiero suponer.
¡Me encanta suponer! Pero no me puedo describir como una persona a la que le encanta suponer. “Hola, yo soy Rosita, soy alta, flaca, ojos color miel, buena figura y rubia, por supuesto”, “Ah… yo no sé describirme, pero eso sí, me encanta, me fascina suponer”. No.

Mis ojos. No son ni verdes ni celestes. Tampoco son negros. Y no podría decirse que son marrones marrones. Son, alrededor de la pupila, más que nada claritos, pero se van oscureciendo a medida que se acercan a lo blanco. Cerca de la pupila tienen como un tinte amarillo (en serio), y después se van haciendo como marrones, pero no del todo. Y tienen como rayitas negras, como casi todos los ojos si nos fijamos bien. Y a mi me gusta bastante fijarme bien. En fin, mis ojos son para ver. No para verlos eh. Para ver. Yo.

No soy gordo.
Pero nunca me dicen “che flaco, le decís al colo que pare de dar vueltas carnero?”. Asi que hago algo que me encanta: voy a suponer, que no soy flaco.

No me gusta mucho meterme con la religión, pero ya que estamos.
No creo creer en algo. Podría decirse que soy ateo, pero tomé la comunión. Y me bautizaron. Y seguro que si me caso, lo hago por iglesia.

No es que no sepa describirme, creo. Lo que pasa es que mi descripción no me describe.

Por descarte puedo sacar que no soy ni alto ni petiso, ni gordo ni flaco, ni rubio ni castaño ni morocho, ni de ojos claros ni oscuros, ni creyente ni descreído.
¿Pero qué queda si saco todo eso? Mediano, medio, promedio, común. ¿Y eso me describe? No. Poca información.
Por ahí no soy nada.
¡O por ahí soy todo! Lo que puedo hacer, en vez de descartar todo eso, es juntarlo, no?
Si mezclo los colores de pelos que hay, seguro da el mío. Lo mismo con los ojos. Lo mismo con todo. Bah, menos con la altura; si sumo todas sería muy alto. Tendría que dividir ahí también. Pero nunca fui bueno en matemática… ¡Por ahí por eso nunca me dijeron que ayude a Benito! ¡Por ahí soy morocho!
O por ahí Benito no necesitaba que nadie lo ayude, porque la tiene bastante clara con la matemática. Pero eso no lo puedo afirmar. No sé quién es ese tal Benito. El único Benito que conozco estaba en la Pandilla de Don Gato. Otro no conozco. No digo que no haya Benitos eh, lo que pasa es que yo, particularmente, no tengo el gusto.
Que triste para un heladero. No tener el gusto, digo.
_ Hola me das de tramontana.
_ Disculpame, no tengo el gusto.
_ Yo tampoco tengo el gusto, ni el olfato. Así que dame otro gusto con la misma textura que el tramontana y listo. Total…
_ Te doy la crema de la casa. Es parecido.
_ Dale.

Bueno, ese no fue el mejor ejemplo del infortunio de un heladero sin un gusto, pero no puedo dar fe de otro. No que yo haya sido testigo. Si me entero de alguno que ilustre mejor, aviso.


Mis dientes. Los tengo torcidos para mí. Todos chuecos y poco estéticos. Pero para los dentistas no. Putos. “No necesitas aparatos”. Si tus hijos tuvieran los dientes como yo, les ponías aparatos. Con la cajita verde flúor colgado. Seguro.
Igual ya mucho no me importa. Tengo novia.

Bueno, releyendo todo esto anterior, puedo confirmar mi hipótesis, la cual afirma que se me hace difícil describirme. No es nada fácil esa tarea, pero en realidad, nunca me trajo mayores inconvenientes. A mí.
A mi mamá sí, una vez. Cuando me perdí en la playa. Era chiquito.
_ ¡Se me perdió el nene!
_ ¿Y cómo es?
_ Sí. Eso. ¿Cómo es?
_ Describilo.

En fin.
Aparecí al rato. Me había escapado. Quería comer choclo.
Un susto se pegaron…

No tengo mucho más para sumar, creo que dejé todo bastante claro.
Básicamente, así soy yo.
Basta esta simple explicación para conocerme. Un tipo difícil de describir. Y con ganas de escribir.

Delicias de la vida conyugal

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Loscribió: Amarillo |

Ahí está, hoy me tengo que animar y hablarle.

- Hola ¿puedo?
- Eh… Sí, sentate.
- ¿Por qué esa cara de sorprendida? ¿Me vas a decir que nunca nadie se ofreció a acompañarte?
- No, nunca. Y hace un año y veinte días que vengo a este bar.
- ¡Epa! Algún acontecimiento relevante en tu vida se dio lugar en esos tiempos. Seguramente.
- Jaja. No. Simplemente estoy obsesionada con las fechas. No tengo una explicación racional del por qué. Dejame.
- ¡Te pusiste colorada! No es para tanto. Igual te digo que es demasiado tiempo sin que alguien venga y te declare su amor. Estás muy tentadora acá al lado de la ventana.
- ¿Esto lo tengo que tomar como una declaración de amor de tu parte? ¿O te sumás al montón de los poco originales?
- Me pusiste en aprietos, pero no quiero ser poco original. Lo único que me acobarda es eso de pedirle la mano a tu mamá.
- ¿Por qué no te la bancas? ¡Es una divina mi vieja!
- Sí. Cuando le conviene.
- Callate malo.
- Me callo, pero sabés que tengo razón. ¿Hoy a la noche qué hacés al final?
- Salgo con los de la facu.
- Siempre lo mismo con vos.
- ¿Qué te pasa nene?
- ¡Si sabés que no me banco que estés con ellos! Ese Felipe te tiene ganas, no lo quiero ver cerca tuyo.
- Estás exagerando.
- Hacé lo que quieras.
- No voy a ir, no me gusta que peleemos.
- No quiero que lo hagas por mí. Me gustaría que te des cuenta que sos una mujer comprometida, que ya eligió a su futuro marido y que no puede andar por ahí como cualquier chirusa.
- ¡Pará un poquito querido eh! Te estás desubicando demasiado.
- Tenés razón mi amor. Perdoname. Es que no soporto la idea de pederte.
- No sé por qué decís eso. Yo te amo.
- Yo también. Mucho. Por eso decidí aceptar lo que me propusiste el otro día.
- ¿Vos también querés que tengamos un hijo? ¡Mi amor! ¡Soy la mujer más feliz del mundo!
- ¡Estoy muy ansioso! No puedo esperar más.
- Faltan tres meses nada más chiquilín. Además no sé de qué te quejás. Vos no sos el que está gordo y feo.
- ¡Ay! No seas exagerada. Estás hermosa.
- En vez de hacerte tanto el buenito ¿por qué no le cambiás los pañales al nene? Estoy harta de hacer todo yo.
- ¡¿Todo vos?! ¿Quién se desloma todo el día trabajando para pagar lo que la señorita gasta hablando por teléfono todo el santo día con sus amigas? Y me quiero imaginar que son amigas y no algún tal Felipe…
- ¡Ah bueno! Lo único que faltaba. ¿Tenés el tupé de desconfiar de mí? Cuando vos, con ese trajecito de abogado, llegás tarde cada vez más seguido alegando tener un “caso importante”. Y yo acá sola con el nene, ayudándolo a hacer la tarea hasta cualquier hora.
- ¡Encima te hacés la víctima! ¿Cómo creías que era criar un hijo? Y bueno… también, con el ejemplo que tuviste.
- ¡No te metas con mi mamá! Nunca te hizo nada y nunca te la bancaste. Por lo menos no es una atorranta como fue la tuya, que en paz descanse.
- ¡Qué zorrita resultaste ser! Siempre haciéndote la buenita, con esa cara de nada. ¡No me arrepiento ni un poco haberte cagado!
- ¡Viste! ¡Yo sabía! Sos peor que tu vieja vos. ¡Andate!
- Sabés que no tengo drama en dejarte. El nene ya no es tan nene y me encantaría ver cómo te las arreglás para sobrevivir. Lo único que sabés hacer es quejarte.
- No te preocupes. Peor de lo que estoy ahora no voy a estar. Todo va a ser más fácil después de haber vivido con vos. Ya sé lo que es tocar fondo, nada me va a sorprender.
- Mejor así entonces, creo que es en lo único que estamos de acuerdo desde hace mucho.
- Sí, desde hace trece años y cinco meses.
- ¡Ese vicio de mierda sí que no lo voy a extrañar eh! Me hartás con este temita de recordar todas las fechas. Acordate bien de este día cuando te pregunten cuándo te quedaste sola.


Mejor no entro al bar. Ni loco meto a esta histérica en mi vida.
Me gustan las cosas simples.

Te robo un minutito?

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Loscribió: Amarillo |

_ ¿Cómo estás vieja? ¿todo en orden? Disculpa que te moleste, pero necesito (necesitamos) tu ayuda.
Seguramente escuchaste esa historia de que si juntás un millón de boletos del bondi los podés canjear por una silla de ruedas. La escuchaste, ¿no?. Bueno, no es sólo un mito urbano, es verdad. Pero le falta una parte a esa historia; el o los destinatarios de esas benditas sillas. Acá es donde aparezco yo, mejor dicho nosotros.
¿Que quiénes somos? Ahí llego… prestame atención papi y no te robo más tiempo.
Nosotros somos gente “especial”, por no decir distinta. Trabajamos para vos, aunque no lo sepas ni nunca nos veas.
¿Vos pensás que con lo subdesarrollada que está la tecnología en este bananero país tercermundista, con lo pedorros que son los bondis, van a poner expendedoras “automáticas” de boletos? ¡No seas iluso papito! No dan los costos para semejante avance, no acá. Despertáte.
Esas cajuelas donde ponés tus moneditas todos los días y que te devuelven un boletito muy prolijamente al instante son simples maquetas. No hay NADA automático ni mucho menos robótico ahí adentro. Oíste bien rey, nada.
Ahí adentro estamos nosotros. ¿Sorprendido? No, no te estoy bardeando.
Así es la cosa. Dejáme que te cuente.
Hace poco más de diez años se comenzó con este proyecto. Altos empresarios comenzaron, en secreto, el reclutamiento de personas “especiales” para trabajar dentro de estas “máquinas expendedoras de boletos” que próximamente se instalarían en cada colectivo de las más grandes ciudades de Buenos Aires.
Así fue que un amigo me pasó el dato y contacté con ellos. Ahí descubrí que hay mucha gente como yo; pequeña, corta, muy petiza, etc. No somos deformes, no te confundas, sólo somos más chicos de lo que tendríamos que ser. Ya sé que se te ocurren mil chistes, pero ya los conozco todos: “tiene los zapatos hondos”, “se moja último cuando llueve”, “se sienta en el piso y le quedan las patitas colgando”, “es tan chiquito que no le cabe ni la menor duda” y todos los que se te ocurran, abstenete de decirlos, porque ya los escuché.
Bueno, como decía, me contacté con ellos y comencé una extensa capacitación de casi dos años. Nos enseñaron entre otras cosas a detectar monedas falsas (sobre todo las de cincuenta, que están por todos lados), a dar rápidamente el vuelto sin chance de equivocarse. Pero lo más jodido fue el curso de caligrafía. No sabés lo difícil que es que todos tengamos que tener la letra i-dén-ti-ca, perfectamente prolija, con la hora exacta, el valor correcto, la sección, el número (que de vez en cuando te tiramos un capicúa si te vemos cara de triste, así te alegrás un ratito, aunque sea una boludez vemos que funciona) y todo eso en una fracción de segundo. Fue muy duro atravesar por eso, pero acá estamos, sirviéndote.
Hasta acá parece que esta todo en orden, pero no. Al año de haber empezado a trabajar empezaron los líos. Empezaron a achicar el presupuesto, no alcanzó con los repetidos incrementos en el valor del boleto (que por cierto nos complica mucho tener que aprendernos todas las nuevas tarifas, porque en capital casi todos sacan de ochenta, pero en provincia ¡agarrate enano!) y tuvieron que hacer unos cambios.
Obviamente los perjudicados fuimos nosotros. Las jornadas de trabajo aumentaron a dieciocho horas por día (increíble ¿no?) y sin un recreo. Porque no sea cosa que la gente se entere que las máquinas no son tan máquinas como creían. Y bueno, muchos renunciaron, pero muchos otros no podemos conseguir otro laburo muy fácilmente, como el estrellita de Nelson, que anda haciendo pavadas en lo de Susana. ¡Por favor!
Bueno, la cosa es que seguimos laburando ahí, y por más que seamos peques no cabemos parados. Estamos en una posición muy incómoda, una especie de cuclillas, pero peor. A la hora de estar así ya ni se sienten las piernitas. Y con el tiempo, luego de infinitas horas de dolor, comenzamos a no sentirlas más, nos quedaron inmovilizadas, atrofiadas gravemente.
No es que quiera que nos tengas lástima, ni mucho menos. Sólo intento que comprendas nuestro inconveniente, y si está a tu alcance nos des una manito.
Lo único que tendrías que hacer es hacernos llegar los boletos que te entregamos antes (qué paradoja ¿no?). Los podés depositar en las urnas que van a estar ubicadas al costado de cada “máquina expendedora”, o cajuela como le decimos acá, antes de bajarte del colectivo. Nosotros nos encargamos de cambiarlos por las tan necesarias sillas. Para que cuando tengamos la posibilidad de salir al exterior podamos desplazarnos lo más dignamente posible.
Este convenio lo conseguimos gracias al gremio que fundamos con otros cinco compañeros hace algunos años. Hoy “Forza enano” (tiene este nombre debido a que en gran medida nuestra procedencia es italiana) tiene más de ocho mil trescientos afiliados en todo el territorio argentino y algunos países vecinos y todos juntos estamos luchando por una calidad de vida un poco mejor.
Si querés conocer un poco más a cerca de nuestra infatigable lucha, mandame un mail a info@forzaenano.com.ar y te cuento bien.
¡Ah! Me olvidé de presentarme ¡qué cabeza la mía! Mi nombre es Carlos “Pinino” Ramos Santamaría.
Te agradezco mucho por estos minutos de tu atención y disculpame si te molesté, pero espero sepas entenderme y nos ayudes.
Te dejo amigo, un abrazo grande y que Dios te bendiga. Hasta siempre.

Composición. Tema: La Vaca.

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Loscribió: Amarillo |

Al fin me tocaba a mí. Después de aguardar en esa salita a que mis colegas, los que llegaron antes que yo, terminaran su trabajo, por fin era mi turno.

Entré. Ella estaba sentada en un cómodo sofá.
De su avasallante figura sólo me separaría una pequeña mesa en la cual había una jarra con agua y otra con leche.Y dos vasos.
Le estaban retocando el maquillaje.
Ya estaba lista, yo también. Comencé.

_ ¿Qué se siente ser vaca?
_ Y… mirá, te acostumbras, viste? Está bueno. Está bueno.
_ ¿No te sentís usada?
_ Y… mirá, en Argentina sí. Por eso el motivo de este viaje.
_ Cambió tu vida radicalmente acá, no?
_ Y…mirá, la India es otra movida. Acá me tratan con el respeto que merezco.
_ Pero no entrañas, perdón extrañás nada de tu tierra natal?
_ El pasto! El pasto argentino es el mejor del mundo. Lejos.
_ Pero con todos los lujos que te ofrecen acá seguís extrañando el pasto?
_ Es que el de acá me hace repetir, jaja.
(N. del R.: nótese el sarcasmo de la entrevistada, ser rumiante, al cual no le queda más alternativa que “repetir” lo que engulla, más de una vez, en su proceso digestivo)
_ Claro. Qué te gustaría decirles a las que, por un motivo u otro, se quedaron allá?
_ Y… yo sé que es difícil arrancar, despegarse de las raíces propias. Pero vale la pena. Acá es un éxito asegurado lo que te espera. A mí me costó y mucho. Pero mirame ahora.

Aplaude con las pezuñas y un sirviente le alcanza un habano. Se lo enciende y se va caminando hacia atrás. Nunca le dan la espalda ni la miran a los ojos.
Otro me sirve agua y a ella leche.
Observo absorto lo absurdo de que absorba leche.

_ Leche? Pensé que todas tomaban agua…
_ Cuestión de gustos…
_ Siempre te gustó más la leche? Qué raro.
_ No. Me agarró ahora, sabés? Como una especie de regresión. No sé por qué.
_ Ajam. Y el hecho de haber sido ordeñada en su momento ¿qué sensación te produce?
_ Es un abuso! Te miento si te digo que nunca lo disfruté, dependía del granjero. Igual es un acoso, nadie me pedía permiso.
_Que espanto… y tu marido? Hijos?
_Soy sola.

Se aplica otra capa de rouge rojo dándose aires, pero una leve lágrima aparece en su ojo gigante.

_Supongo estarás enterada de la epidemia de la vaca loca allá en la Argentina, que opinas al respecto?
_Y yo diría que en este mundo faltan más canchas de paddle.
_Ahh…
_Si… eso.
_Y eso que tiene que ver con la vaca loca?
_No se viste, pero no es un tema muuuuuy novedoso que digamos. Son cosas de pasado. La vaca loca ya ni existe. Y las canchas de paddle tampoco. Ya fue eso. Fue.
_A ver bueno….

Me pone nervioso y se me caen todos los papeles.
Tose y se da dos palmaditas al pecho indignada, intensificando el silencio incómodo.
Mira el reloj. Con aires de soberbia, dándose ínfulas, desinteresada. Mal educada. No me la banco.

_ Vos sabés que acá sos tratada así por tu condición de vaca y no por ser vos “especial”, no?
_ No tengo por qué contestar esa pregunta perniciosa y de mal gusto.
_ Es sólo una pregunta…
_ Si insistís, la entrevista termina acá.
_ Ok. Otra. Sos feliz?
_ Sí.
_ Podés explayarte eh.
_ Soy feliz. Punto.
_ A que creés que se debe, principalmente, tu felicidad?
_ Sabés qué? Me aburriste pibe. Hasta acá llegamos.
_ Pero…
_ Hasta acá llegamos.
_ Yo me vine hasta acá en busca de una nota. Merezco, mínimamente, tu respeto.
_ Chau.
_ Sos una maleducada! Así no se trata a alguien que está laburando!
_ Saquenmé a este pibe de acá! Y Miriam, cancelame las demás entrevistas y traeme el cognac que mandaron de Serbia. Me puse de mal humor. Pendejo atrevido!